Teatro del Velador estrenó en el Teatro Romano de Málaga Los Caballeros de Aristófanes en versión de su director Juan Dolores Caballero. La comedia enfrenta a un nuevo candidato propuesto por una pareja de esclavos que tratan de devolver las condiciones a los criados frente al actual camarero de un señor llamado Demos. Ambos provenientes de ámbitos muy distintos serán puestos a prueba por el señor tras una serie de peripecias. Naturalmente la trasposición a la vida política y parlamentaria está servida, no ya sólo por la actualización del director, si no porque era evidente desde el momento que se escribió. Sea como sea, Juan Dolores Caballero logra hacer un texto ágil y fácilmente entendible en el que no faltan los momentos retóricos, los diálogos ligeros y las disquisiciones inteligentes, que dan forma a una dramaturgia con guiños muy relacionados con la política nacional actual.
Demagogos y profesionales pretenden el favor del pueblo representado aquí por un amo que lleva por nombre Demos o lo que es lo mismo Pueblo. Algo ingenuo el señor, desentendido a veces y otras irritantemente aquiescente. La puesta en escena no defrauda, no en balde, El Chino (nombre familiar o artístico de Juan Dolores Caballero) tiene una relación muy especial con el escenario y su forma de entender la estética teatral. Gran parte de sus presentaciones tienen en ese gusto personal lo mejor del desarrollo dramático. Así ya desde el comienzo, la pareja de criados-esclavos vienen a mostrarnos lo que es la línea del espectáculo. Una deliciosa pareja que se expresa muy a lo Brecht desde su forma de gesticular y la creación de los estereotipos a los diálogos que transforma el adaptador.
El transcurso de la obra nos va dejando imágenes y momentos hermosos, instantes para la comedia que están no sólo en lo que se dice sino en cómo sitúa y dónde a los personajes, y cómo llega a enredar la coreografía de movimientos a favor de la trama. Hubo, eso sí, algún lapsus de ritmo hacia la mitad del espectáculo en el que se echó de menos una mayor presencia de la creatividad del director que pasó algo ligeramente por encima esas composiciones de movimiento magníficas que le conocemos. El Romano de Málaga tiene sus dificultades para que entradas y salidas no descompongan ritmo y desarrollo. Lejanía, sonidos de calle. Mantener la atención del espectador es imprescindible y eso lo logra una puesta en escena visualmente atractiva o un trabajo actoral impecable, Teatro del Velador lo consiguió.