Bajo el lema “Si vienes, repites”, Improductivos, horas antes del encuentro, ya te prevenían del hechizo con el que iban a poseerte, la IMPROVISACIÓN. Intentaban convencerte del encandilamiento al que sucumbirías cuando comenzaran a demostrarte que se puede interpretar lo que ni está previsto ni, mucho menos, preparado. Improvisar con todas las letras, en voz alta, libre de esquemas, sin trucos, sin infiltrados entre el público, a lo profesional. Pero, ¿cómo se improvisa profesionalmente? A eso ibas, a averiguarlo.
El del 9 de octubre, en Sala Holiday, era un señor estreno. Todo el que conociera la sala, posiblemente, hubiese pensado también que una alfombra roja adornando el suelo no hubiera estado de más. Pero no, las lámparas y el ambientador con sabor a chuches eran más que suficiente, sin pasar por alto -por supuesto- el rojo envolvente de sus paredes, que ya lo hubiera querido yo para mis labios, pero al grano. Desde sus primeros pasos hasta hoy la compañía suma cinco añazos, grandes representaciones y un sinfin de adeptos que todavía se ve incrementado con cada puesta en escena. Representan el típico “suma y sigue” de toda la vida. Han sido varias las ciudades de nuestro país donde han dejado huella, pero ahora Sevilla era la importante, sobre todo su Calle Jesús del Gran Poder, que reunía suficiente público como para asustarte un pelín. Una vez allí, como una adepta más, tenías tiempo todavía para encontrarte con éste y besarte con aquellos antes de que abrieran y se hiciera el jaleo.
“Hola, buenas, ¿dos entradas?”, a lo que contestabas que “sí pero no”, que venías a currar o, al menos, a intentarlo. Y después de recibir el mejor de los tratos, seguías con tu camino. El rollito éste de que la de la segunda puerta te sonriera y te diera papel y boli, avisándote de que tendrías que usarlo sí o sí, adelantaba bastante. Improvisación e interacción, la cosa pintabapadrísima. Te encontrabas con una sala caracterizada a lo ganso, lo suficiente como para que la pista de baile llena de butacas conseguiera meterte en el teatro.
Y ahí estaban, todos de negro, guiando a los principiantes y reencontrándose con sus fieles. Sonaba el primer asalto: “¡¡¡3,2,1… IMPRO!!!”. Un genio es una persona que destaca de manera extraordinaria por su talento, una especie de mago del día día, así que, con que sólo hubiera subido uno de ellos a hacer de las suyas, ya hubieras quedado con las pestañas en alto. Manos a la boca, aplausos, risas, títulos al aire, piropos, era la respuesta unánime a la capacidad de reacción que este cuarteto demostraba ante las peticiones del público. Eran rápidos, creativos, estaban vivos. Pero querían más. ¡¡¡3,2,1…IMPRO!!!
Te hablo de dos horas de pura improvisación donde la interpretación más vírgen funcionaba como materia prima, pero donde los potagonistas no eran del todo ellos. El amor que sentían por el público superaba con creces al que unía a Julio y Raquel, la pareja que subía voluntaria para participar en otro ¡¡¡3,2,1…IMPRO!!! Si a estas alturas quedaba algún primerizo, ya había sufrido la transformación. Otro fiel, uno más que iba a repetir.
La idea era averiguar qué hacen estos cuatro para gustar tanto, lo que te quedaba claro desde el principio, y no porque fueran tremendamente guapos… Pero ese “¿cómo logran la profesionalidad en la improvisación?” se te resistía. Es cierto que son muchos días a trote y que la experiencia siempre termina concediendo graditos de más, pero los peros te atropellaban como balas. Hipnotizada ante la soltura y la inventiva que impregnaban todo tipo de situaciones, comenzabas a considerar tarea complicada la profesión de estos señores.
Un nuevo ¡¡¡3,2,1…IMPRO!!! –a grito pelado- sacaba a los chicos de sus camerinos. En el teatro también querían ¡OTRA!…¡OTRA!…¡OTRA! (sí o sí). Estaban de vuelta, el festín no había terminado. Con el show del Cuadrado, a las puertas del final, todo lo que seguías degustando te sorprendía más y más… Entonces llegabas a la conclusión. Te rendías. Aunque quiseras, no podrías explicarte nada. La fórmula era tan indescifrable como convinvente. Lo que Improductivos ofrece encima de las tablas, pensabas, podría ser lo equivalente a la magia del que enseña el sombrero vacío y, con un sólo toque de varita, saca al conejo de su interior. Pero no, te ibas más que convencida. Esos chicos hubiesen sido capaces de sacar un elefante y quedarse tan panchos.